Durante siglos, los bancos han sido los encargados de generar y controlar el dinero de las personas. En la estructura financiera actual, los bancos centrales y, por extensión, los gobiernos, son los encargados de emitir los nuevos billetes, cuando ellos deciden. Este esquema, que posibilita la creación de nuevo dinero cada vez que el gobierno lo necesite, les permite aumentar sus reservas, pero con la consecuencia de que disminuye el valor de los ahorros en esa moneda a los ciudadanos.
Ese dinero, emitido por los bancos centrales, solo llega al usuario promedio a través de los bancos privados, que se encargan de almacenar el dinero, emitir tarjetas de débito y crédito, dar préstamos y financiar proyectos, entre otras actividades. Este tipo de entidades, para conseguir beneficios económicos de los depósitos que hacen los usuarios, prestan tu dinero a otras personas, con plazos de pago y tasas de interés que servirán para financiar la estructura. Esto quiere decir que, cuando tu dinero está en tu cuenta, no te pertenece realmente. Por ello, los bancos imponen límites y restricciones, así que básicamente no puedes controlar del todo algo que debería ser sólo tuyo.
Tal esquema ha sido responsable de distintas crisis financieras, como la crisis hipotecaria de 2007 y la posterior crisis financiera mundial, que comenzó en 2008 y ha generado problemas en las principales economías del mundo. Estos episodios, que aceleran la inflación en los países afectados, disminuyen el valor del dinero de los ciudadanos, lo que impacta en sus ahorros y su poder adquisitivo.
Para hacer frente a estos problemas, Satoshi Nakamoto creó una tecnología que no depende de los bancos y devuelve a los usuarios el control total sobre su dinero. Uno de los mecanismos para evitar la inflación voluntaria del dinero fiduciario, que es manipulada por los bancos centrales, en este caso es la fijación de un suministro total, que no puede ser manipulado. Así, solo existirán 21 millones de BTC, que terminarán de ser minados alrededor del año 2140.
La emisión de este dinero, además, no depende de una institución central, sino que permite que cualquier persona con los medios necesarios (equipos de minería) cree su dinero como recompensa de su trabajo, al resolver los problemas matemáticos y crear los bloques que registran las transacciones y validan la red. Al minarse el último bitcoin, los mineros continuarán procesando las transacciones y ganarán la cantidad de comisiones que sean pagadas.
A diferencia de los gobiernos y los bancos centrales con el dinero fíat, no hay ninguna entidad que pueda emitir más bitcoins de los programados. Cada BTC que gana un minero es recompensa directa del trabajo que realizó y pertenece un programa preestablecido. Este nuevo esquema, al quitarle el poder de controlar el valor del activo a cualquier entidad centralizada, le da a las personas mayor control sobre su dinero y brinda una autonomía financiera que no se puede conseguir con monedas creadas por gobiernos.
Algunas personas argumentan que bitcoin no puede ser un método de pago confiable ni una reserva de valor debido a la volatilidad de su precio, muy superior en su mayoría a la que presentan las monedas fiduciarias. Sin embargo, esto se debe a que la tecnología aún se encuentra en crecimiento. Como pronostica Saifedean Ammous en The Bitcoin Standard: “a medida que el tamaño del mercado crezca, junto a la sofisticación y profundidad de las instituciones financieras involucradas con Bitcoin, esta volatilidad probablemente disminuirá”.
Para el usuario que no invertirá en la minería, Bitcoin sigue representando una alternativa segura que le permite controlar su dinero, y estos dos actores se benefician mutuamente. Aquellos que usen bitcoin para realizar pagos se sirven de los mineros que procesan la transacciones y mantienen la red segura, mientras que el que se dedica a la minería se beneficia de la adopción de bitcoin como medio de pago, pues mientras más sea usada mayor será su ganancia. Esta dinámica, que nivela a todos los actores del ecosistema, difiere de la verticalidad que se presenta en las relaciones con instituciones centralizadas, en la que los clientes deben confiarle ciegamente su dinero a los bancos. Asimismo, es importante resaltar que, sin importar quién sea o dónde esté, literalmente cualquiera puede participar en Bitcoin, ya sea como minero, como usuario o como desarrollador.
Otra ventaja de Bitcoin con respecto al sistema bancario, que se relaciona directamente con el propio control del dinero, es la resistencia a cualquier clase de restricción externa. Cualquier persona puede poseer y transferir la cantidad de BTC que desee a cualquier parte del mundo, en pocos minutos, sin limitaciones o amenaza de congelamiento de sus fondos. Aunque en algunas jurisdicciones pueden existir trabas legales, especialmente al cambiar BTC por moneda fiduciaria, este problema sucede precisamente al utilizar los bancos y no al transferir entre dos direcciones de Bitcoin.
Como ya mencionamos, los bancos privados, que almacenan y controlan el dinero de las personas, suelen colocar límites de retiro o transferencia y, ante cualquier operación que consideren inusual, pueden congelar los bienes del cliente. En el caso de realizar transferencias de dinero internacionales, los bancos suelen tardar días y exigir una gran cantidad de comisiones y documentos, mientras que con Bitcoin una transacción puede cruzar cualquier frontera en minutos y de forma mucho más barata.
Bitcoin representa una amenaza para la institución bancaria precisamente porque le ofrece a las personas un medio de ahorro y de pago que no depende de ellos. Bitcoin le quita a la banca el poder sobre la población y, lógicamente, al sentir que se vuelven prescindibles ante un sector que antes dependía solo de ellos, la institución se defiende y contraataca.
Las declaraciones recientes de Agustín Carstens, director general del Banco de Pagos Internacionales (llamado el banco central de los bancos centrales), son reveladoras en este aspecto. El punto central de su intervención es que las criptomonedas no son dinero por la forma en que son creadas. Es decir, solo se considera dinero lo que un banco central crea como dinero, porque el banco es el que tiene el control de las finanzas. Sin embargo, esto no es así: no porque bitcoin sea creado de forma diferente deja de ser dinero, ya que igualmente se rige por las reglas del mercado. Son los usuarios los que le dan valor.
Otro “argumento” que los bancos suelen esgrimir contra las criptomonedas es que su pseudoanonimato puede aprovecharse para facilitar actividades ilegales. No obstante, los representantes del sistema financiero tradicional parecen olvidar que el negocio de la guerra y el narcotráfico lleva décadas y el lavado de dinero no se creó hace 10 años con Bitcoin. El dinero fiduciario es el principal instrumento de legitimación de capitales y este dinero pasa, precisamente, por los bancos. Por el contrario, la transparencia que brinda Bitcoin, en cuya blockchain cualquier persona en cualquier parte del mundo con acceso a Internet puede rastrear la procedencia de las monedas, no facilita sino que dificulta su uso para negocios ilícitos. De hecho, hace unos meses, a inicios de abril, una operación policial internacional logró desmontar una red de lavado de dinero que usaba criptomonedas precisamente gracias a esta característica; algo con lo que no cuentan los bancos, cuya transparencia puede ser puesta en tela de juicio.
Otros personajes, en un intento de mostrarse falsamente receptivos con Bitcoin, anuncian que la blockchain es buena, pero las criptomonedas no tanto y que integrarán esta tecnología en sus plataformas u organizaciones; pero la cadena de bloques, sin el incentivo monetario, es solo un libro de contabilidad público y digital. Al adoptar blockchain, el banco está aprovechando un nombre que se ha vuelto popular sin modificar realmente su función respecto a sus clientes. Una criptomoneda, tal como fue ideada desde el principio, debería ser una plataforma descentralizada en la que usuarios en cualquier lugar, sin relación entre sí, verifiquen las transacciones en el libro contable (blockchain) y reciban un beneficio monetario por realizar esta labor.
A pesar de los avances y el crecimiento que ha tenido Bitcoin (Carstens afirma que el BPI no se pronunció antes contra las criptomonedas porque no representaban una amenaza; lo que implica que quizás ahora sí la representan), lo cierto es que aún es necesario el uso de los bancos. Pero es necesario no porque sean una institución saludable que contribuya al crecimiento o al funcionamiento de la sociedad, son necesarios aún porque Bitcoin no ha sido suficientemente adoptado. No podemos ir al mercado y pagar con bitcoins o cancelar el pago de servicios públicos, en su mayoría, con esta moneda, y eso es lo que obliga realmente a usar dinero fiduciario.
Precisamente debido a esa necesidad que han creado, en los bancos ha recaído demasiado poder, un poder que no es siempre bien utilizado y que puede causar problemas a escala global. Por ello, Bitcoin se presenta como una herramienta financiera mucho más liberadora.
Aunque existen servicios e intermediarios que permiten usar criptomonedas como medio de pago, es necesario que los entusiastas de esta moneda difundamos los beneficios de esta tecnología. Es necesario crear iniciativas que enseñen a la población que puede tener pleno control sobre su dinero y que no es necesario depender de ningún tercero. Los entusiastas sabemos las ventajas de Bitcoin sobre los bancos pero debemos darlas a conocer. Si queremos ser realmente dueños de nuestro dinero, tenemos que hacerlo plenamente fungible.