- Para poder cambiar tus pensamientos debes comenzar por identificarlos, clasificaros y deshacerte de aquellos que no te ayuden a sentirte bien
¿Sabes por qué no eres astronauta? Porque no has pensado lo suficiente en ello. Te garantizo que si todos los días pensaras en que eres astronauta y en cualquier cosa relacionada a ello, pronto estarías hablando de tu plan para convertirte en astronauta, y después de comentarlo varias veces, comenzarías a realizar acciones que te acercaran a serlo.
“La clave está en atender tus pensamientos, es decir, darte cuenta de lo que estás pensando”.
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El Tip más poderoso para conocer tus pensamientos
Elige tu ancla, algo que te guste y puedas llevar contigo como una piedra, una pulsera, o tu teléfono…
Cada vez que lo toques, reflexiona: ¿en qué estaba pensando hace 5 minutos?
Practícalo por tres días y comenzarás a encontrar patrones de pensamientos:
- Constructivos o destructivos.
- De abundancia o carencia
- De amor o miedo…
Después de practicarlo más o menos por un mes, ya no necesitarás tu ancla, habrás desarrollado el hábito de atender tus pensamientos.
¿Qué pensamientos debo atender especialmente?
Los limitantes y las redes mentales:
- No puedo.
- Estoy gorda.
- No puedo ganar más dinero.
- Ya se me pasó la vida.
- No nací en un país rico.
- El problema es que no tengo ojos verdes pero sí poco pelo…
Esos pensamientos de víctima nos producen emociones como frustración, depresión y hasta enojo.
Nada ni nadie decide en qué pienses más que tú. Repite en voz alta:
- “Yo decido cómo me siento”
- “Yo decido lo que pienso”
- “Yo soy quien soy porque así lo he decidido”
¡Venga! Vamos adelante.
En la siguiente mini aventura te muestro cómo los pensamientos limitantes afectan nuestras emociones que después, se convierten en palabras y luego en acción:
El monje que salvó los zapatos
El bosque comenzó a brillar mientras el sol se dormía. Las coronillas de los dos monjes que caminaban por ahí, casi lo reflejaban. Platicaban sobre el presente y lo felices que eran por simplemente ser; disfrutaban de las aves y su sonido; de las nubes y su vaivén. Contemplaban el presente.
Llegaron a un riachuelo y para cruzarlo tenían que mojar sus pies, no les importaba, estaban ansiosos por disfrutarlo.
Entonces la vieron: una preciosa chica apareció al otro lado del riachuelo. Uno de los monjes pensó:
-“Yo no voy a acercarme, mis votos me lo prohíben, mantendré mi distancia al cruzar”.
Así lo hizo.
En cambio el otro monje, que por cierto era mexicano, pensó:
-“Qué tanto es tantito, no pasa nada, la voy a ayudar”.
Así lo hizo, cruzó el riachuelo, llegó con la hermosa mujer y le dijo:
-Tus zapatos están muy bonitos para que se descompongan con el agua.
La chica pensó:
-“Tiene razón, si se mojan, ¡tan sólo me quedarían 49 pares más!”.
El monje se ofreció a ayudarle y la chica aceptó. La cargó y llevó al otro lado del riachuelo, ambos estaban muy contentos. Se despidieron y continuaron por caminos diferentes.
El monje contento alcanzó a su amigo que iba más adelante, y desde que se le emparejó sintió la molesta energía que irradiaba. No hubo palabras, simplemente caminaron y caminaron.
Pasaron dos horas y por fin llegaron al santuario. Se sentaron bajo el gran árbol que tanto había escuchado sus pláticas. Entonces lo sacó, el monje que cruzó primero el riachuelo le dijo:
-¡No lo puedo creer! ¿Cómo pudiste? ¡Estoy muy enojado y molesto por lo que sucedió!
Su amigo que aún seguía contento por ayudar a aquella belleza, lo miró profundamente en los ojos y dijo:
-Amigo mío, yo solté a la chica dos horas atrás, veo que tú, aún la sigues cargando.